Daila Prado
La cicatriz
UniRío Editora

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789876884969

Si a Manuel Baigorria le hubieran ofrecido en ese momento volver, libre de culpa y cargos, a su terruño natal, a ocuparse como antes de la cría de hacienda, no; se hubiera negado. Bien es cierto que las sábanas fragantes y el banco reservado a la familia, en la iglesia de San Luis, llamaban a su espíritu con voces encantadoras. ¡Pero qué! ¡Qué se iba a comparar aquello con la posibilidad de tener bajo su mando a un centenar de hombres! Eran ciento y más; eran los derrotados unitarios que ninguna otra alternativa tenían. Manuel Baigorria y los indios de Pichún, en retirada, se dirigieron a Chischaque y de ahí a la provincia de Córdoba. Iban sumando hombres; triste ejército de desahuciados que se guarece bajo el poder de lanzas ranqueles. En San Fernando Sampacho-, al sur de Río Cuarto, se les unió un grupo numeroso. Manuel Baigorria los recibía como un jefe y daba, de inmediato, instrucciones de dónde y cómo ubicarse para alivianar la marcha, de por sí forzada pues los federales los perseguían.

La cicatriz

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Si a Manuel Baigorria le hubieran ofrecido en ese momento volver, libre de culpa y cargos, a su terruño natal, a ocuparse como antes de la cría de hacienda, no; se hubiera negado. Bien es cierto que las sábanas fragantes y el banco reservado a la familia, en la iglesia de San Luis, llamaban a su espíritu con voces encantadoras. ¡Pero qué! ¡Qué se iba a comparar aquello con la posibilidad de tener bajo su mando a un centenar de hombres! Eran ciento y más; eran los derrotados unitarios que ninguna otra alternativa tenían. Manuel Baigorria y los indios de Pichún, en retirada, se dirigieron a Chischaque y de ahí a la provincia de Córdoba. Iban sumando hombres; triste ejército de desahuciados que se guarece bajo el poder de lanzas ranqueles. En San Fernando Sampacho-, al sur de Río Cuarto, se les unió un grupo numeroso. Manuel Baigorria los recibía como un jefe y daba, de inmediato, instrucciones de dónde y cómo ubicarse para alivianar la marcha, de por sí forzada pues los federales los perseguían.