La liga harapienta
Paradiso

Páginas:
Formato:
Peso: 0.3 kgs.
ISBN: 9789874170590

Una dicción y una dirección únicas, de especificidad absolutamente inédita en estos tiempos sin lengua o de idioma a tarascones. Menegaz escapa de cualquier escaque, de cualquier definición que quiera apresarlo. Y no se instala nunca. Sigue jugando a ese juego que nunca sabremos cómo se llama porque es un juego en que la invención prevalece por sobre las reglas, las guerras, las batallas de territorio y los predominios de acento. Vamos a llamarlos prosódicos. Sigue jugando, como Lichtenberg, a sorprender a las palabras en la intimidad de sus acepciones. La liga cabalga desde su exergo de Boetticher en dirección a nosotros, con la turba insurgente que derrocha harapos, talismanes y fantasmas, harapos del ser en estas tierras oscuras, en estas tierras cuya infancia Sebastián Menegaz, con su imaginación lírica inconfundible y su sistema de asociaciones inspirado en síntesis fulgurantes, sabe escribir, aunque el tema sea otro. Sobre todo, si lo es. Conocí el primer libro (de relatos) de Sebastián hace unos años en un concurso. Logramos que lo ganara, pero la publicación de ese libro admirable fue tan exigua, que quien la conserva puede jactarse de coleccionista de la mejor narrativa argentina. Hoy basta ver cuánto arriesga el autor de La liga harapienta para experimentar con el aplomo inmisericorde de quien sabe que ganar batallas tiene mucho más que ver con una solferina suerte napoleónica que con el arte estratégico del general, admirado por tantos en tiempos de Beethoven, que sus crímenes de guerra parecen apenas operaciones de cálculo. Menegaz maneja la sintaxis como si fuera un regalo mecánico que le dieron de niño. Luis Chitarroni

La liga harapienta

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Una dicción y una dirección únicas, de especificidad absolutamente inédita en estos tiempos sin lengua o de idioma a tarascones. Menegaz escapa de cualquier escaque, de cualquier definición que quiera apresarlo. Y no se instala nunca. Sigue jugando a ese juego que nunca sabremos cómo se llama porque es un juego en que la invención prevalece por sobre las reglas, las guerras, las batallas de territorio y los predominios de acento. Vamos a llamarlos prosódicos. Sigue jugando, como Lichtenberg, a sorprender a las palabras en la intimidad de sus acepciones. La liga cabalga desde su exergo de Boetticher en dirección a nosotros, con la turba insurgente que derrocha harapos, talismanes y fantasmas, harapos del ser en estas tierras oscuras, en estas tierras cuya infancia Sebastián Menegaz, con su imaginación lírica inconfundible y su sistema de asociaciones inspirado en síntesis fulgurantes, sabe escribir, aunque el tema sea otro. Sobre todo, si lo es. Conocí el primer libro (de relatos) de Sebastián hace unos años en un concurso. Logramos que lo ganara, pero la publicación de ese libro admirable fue tan exigua, que quien la conserva puede jactarse de coleccionista de la mejor narrativa argentina. Hoy basta ver cuánto arriesga el autor de La liga harapienta para experimentar con el aplomo inmisericorde de quien sabe que ganar batallas tiene mucho más que ver con una solferina suerte napoleónica que con el arte estratégico del general, admirado por tantos en tiempos de Beethoven, que sus crímenes de guerra parecen apenas operaciones de cálculo. Menegaz maneja la sintaxis como si fuera un regalo mecánico que le dieron de niño. Luis Chitarroni